Errores fatales
Siempre recuerdo a un profesor de la facultad que nos insistía -con justa razón- en la necesidad de verificar varias veces que hubiéramos traducido correctamente todo tipo de cifras: precios, cantidades, medidas, fechas, etc. Una suma mal expresada en un contrato, por ejemplo, podría generar un grave conflicto y hasta una acción legal. Las medidas equivocadas en un plano podrían hacer derrumbar un edificio o un puente… Pero una dosis errónea en una receta médica -acentuaba el profesor- podía ser fatal. «Imaginen que un paciente necesite una píldora cada cuatro horas y se le administren cuatro píldoras por hora». Y nos reíamos de su ejemplo…
Pero la realidad no es para reírse: un error en la traducción de las instrucciones para implantar prótesis en las rodillas provocó problemas a 47 pacientes operados entre 2006 y 2007 en un hospital de Berlín. Al parecer, los médicos implantaron las prótesis sin agregar el cemento que estaba previsto, porque se tradujo “prótesis que no necesita cemento” cuando el original significaba «que no es modificable y debe ser cementado».
Un error similar provocó, en marzo de 2007, cuatro muertes (y complicaciones de distinta gravedad a otros diecinueve pacientes) en un hospital francés. Al parecer, los pacientes recibieron una sobredosis de rayos X porque las instrucciones para el uso de software médico estaban mal traducidas.
Ningún apuro por entregar el trabajo y cumplir con la fecha límite nos disculpa. El que vengan después un editor, un revisor experto en la materia y un corrector no nos justifica. La negligencia de los médicos provoca graves daños, pero la nuestra también puede causarlos.